Sabe
esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.
Antonio
Machado. “Consejos”. Campos de Castilla
El 19 de enero de 1939 Antonio Machado escribió una
carta al general republicano Vicente Rojo para
agradecerle el discurso en el que llamaba a los españoles de los dos bandos a
resistir al fascismo. Dos días más tarde, el poeta, de 63 años, abandonaba
Barcelona camino del exilio y de la muerte, que le llegó en Collioure el 22 de
febrero, hoy hace 75 años. En
aquella carta, el autor de Soledades utiliza palabras que pueden leerse
como un autorretrato: “La suerte ha querido que en la más alta cumbre del
ejército apareciese en su persona una representación integral de nuestra raza.
No es poca fortuna para todos”. Dejando en el contexto de la época una retórica
racial que hoy chirría un tanto, Rojo representa para Machado a todos los que,
contra viento y marea, decidieron cumplir con su deber y con el juramento de
respetar la ley, aquella contra la que se levantó el general Franco.
Para su desgracia y para nuestra fortuna, también
Antonio Machado representa bien la España quebrada en el 39. “Es más difícil
estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mêlée”,
escribió en plena guerra en su Juan de Mairena, pese al carácter
despeinado de sus anotaciones, uno de los grandes títulos de la filosofía
española del siglo XX. Él estuvo a la altura, como hombre y como escritor, y su
tumba en Francia es el recordatorio del precio que paga por su decencia la
gente decente. Tal vez por eso nunca debería moverse de allí, donde la fundación que lleva su nombre
mantiene vivo su recuerdo, donde cada 22 de febrero los exiliados, los
supervivientes, los vecinos y los alumnos de la universidad de Perpiñán -animados
durante años por el impagable Jacques Issorel- celebran al poeta, leen sus
versos y meriendan lo que cada uno se lleva de casa, sin mayor ceremonia, sin
los disfraces de la oficialidad.
Hasta aquella tumba peregrinaron en 1959 los
escritores de la generación del medio siglo.
Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Blas de otero, José Ángel Valente, José
Manuel Caballero Bonald o Ángel González vieron en el autor de Campos de
Castilla un referente ético y estético, un poeta civil que supo ser las dos
cosas, poeta y cívico.
Simbolista y realista, elegíaco y materialista,
descreído y enamorado, bueno en el buen sentido de la palabra bueno, en el
sentido machadiano de la palabra bueno, Antonio Machado estuvo a la
altura de las circunstancias. Es posible que España, signifique eso lo que
signifique, esté algún día a la altura de Antonio Machado.
(Fuente: Periódico
El País 22/02/2014)